Aventuras de un Trozo Grueso: El círculo Prohibido

elmanganesomn

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Jun 24, 2025
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Capítulo 1. La rutina en Reforma 🚍🔥


La Ciudad de México siempre tiene ese aire caótico en las mañanas. El ruido de los coches en Reforma, los cláxones de los camiones, la gente apurada con el café en la mano, todos caminando como si la prisa fuera lo único que los mantuviera vivos. Yo trabajaba por la zona del Ángel, y mi trayecto habitual era el Metrobús. Era rutina, casi mecánico: subir, buscar un espacio aunque fuera de pie, y dejar que la ciudad me llevara hasta la oficina.


Pero entre esa rutina había un pequeño vicio que me daba vida: abrir Grindr en el camino. Siempre, sin falta. Mientras la gente iba con la mirada perdida en sus celulares respondiendo correos, yo buscaba morbo. A veces solo veía perfiles lejanos, fotos discretas, torsos anónimos. Pero de vez en cuando aparecía una joya, un perfil que rompía la monotonía.


Ese día, entre los empujones y el calor sofocante del Metrobús lleno, apareció él. La foto era tan sencilla como incendiaria: un tipo pelón, con un arnés rojo intenso que resaltaba sobre su piel sudada. No había cara completa, solo el ángulo perfecto de un torso marcado y un poco de barba. El tipo se hacía llamar con un nombre corto, provocador, de esos que parecen más un reto que una presentación.


Le di tap sin pensarlo. Y para mi sorpresa, me respondió casi de inmediato. Lo más excitante fue darnos cuenta de que estábamos en el mismo Metrobús. Entre toda la multitud, él estaba ahí, a unos metros. Imagina ese juego: mirarnos de reojo, reconocer que el morbo ya existía entre nosotros, sentir la posibilidad de rozar un brazo, de apretarnos un poco más en medio de tanta gente.


La mente empieza a volar. Pensé en lo fácil que sería perderme en ese calor, dejar que mi cuerpo reaccionara, que mis ganas lo buscaran. Aunque claro, siempre con cuidado: uno no puede andar por la vida con la mancha blanca en el pantalón como prueba de los pensamientos sucios que lo acompañan en el trayecto al trabajo.


Ese primer encuentro no tuvo roce físico, pero sí algo más poderoso: la certeza de que ya habíamos cruzado una línea invisible. Desde ese momento, el Metrobús dejó de ser rutina. Se convirtió en el escenario de un juego secreto que apenas empezaba.


Capítulo 2. El match en movimiento 📲👀


El Metrobús avanzaba lento, detenido en cada semáforo como si quisiera prolongar esa tensión. Yo, con el celular en la mano, veía cómo sus mensajes iban apareciendo en la pantalla.


—¿Eres tú, el de la mochila negra?
—Sí. ¿Y tú?
—El de la chamarra gris, cerca de la puerta.


Lo confirmé al levantar apenas la vista: ahí estaba. Pelón, con una mandíbula marcada, una mirada seria pero que escondía un brillo travieso. En medio del gentío, nuestros ojos se encontraron por primera vez, apenas un segundo, pero suficiente para sentir que todo se detuvo alrededor.


No hubo sonrisas amplias, ni palabras. Solo esa complicidad silenciosa que nace cuando el deseo es mutuo. Era un juego peligroso: la multitud, la cercanía, la posibilidad de que un roce accidental se convirtiera en una provocación calculada.


Seguimos escribiéndonos mientras la gente subía y bajaba. Él bromeaba con lo obvio:


—Con tanta gente apretada, cualquiera diría que es el lugar perfecto para perderse un rato.
—¿Y si me pierdo contigo?


El calor dentro del camión aumentaba. No sabía si era el clima o mis pensamientos. Me imaginaba su torso debajo de la ropa, ese arnés rojo escondido, esperando. Visualizarlo así me arrancaba un escalofrío y, al mismo tiempo, me obligaba a contenerme. Uno no puede ir al trabajo con la evidencia manchando el pantalón.


En un momento, el camión frenó de golpe y los cuerpos se movieron como un solo mar. Sentí un empujón desde atrás y caí un poco hacia adelante, casi encima de él. Su brazo se estiró para sujetarse y en ese gesto rozó el mío. Fue mínimo, apenas un contacto, pero mi piel lo sintió como si fuera un fogonazo.


El resto del trayecto fue una batalla silenciosa contra mis propios deseos. La gente seguía hablando, mirando sus teléfonos, viviendo su rutina. Nadie notaba que, en ese instante, dos desconocidos estaban escribiendo el primer capítulo de algo prohibido. Grindr no era solo una app más; en ese momento, se había convertido en un puente entre la fantasía y la posibilidad real.


Cuando el camión llegó a la estación donde yo debía bajar, nos cruzamos otra mirada. Una promesa sin palabras. Algo había empezado, y ninguno de los dos tenía intención de detenerlo.
 

Capítulo 3. Conversaciones rojas 🔥💬

Después de aquel cruce de miradas en el Metrobús, la rutina ya no volvió a ser la misma. Cada vez que abría Grindr esperaba ver su ícono verde, esa señal de que estaba conectado. Y si no estaba ahí, siempre quedaba la certeza de que ya teníamos otra vía: WhatsApp.

El primer intercambio fue sencillo, casi tímido. Un “¿cómo estás?” y un “qué haces”. Pero con el paso de los días las palabras comenzaron a perder la ropa, igual que lo haríamos nosotros tarde o temprano.

—¿Y si hoy hubiéramos estado menos apretados en el camión? —me escribió una noche.
—Te hubiera rozado más a propósito —contesté sin pensarlo.
—¿Y si no solo me rozabas?

Ese fue el punto de quiebre. Desde ahí la conversación se volvió un campo de batalla cargado de insinuaciones, emojis que escondían intenciones y audios cortos con respiraciones que decían más que cualquier palabra.

Las fotos empezaron a llegar poco después. Primero un torso desnudo, capturado en el espejo del baño, con el arnés rojo brillando como una marca indeleble. Luego, un close-up de su culo apretado bajo un jockstrap negro que dejaba todo a la imaginación… o mejor dicho, a la desesperación. Cada foto era un disparo directo a mi control, una provocación calculada para mantenerme en el filo entre el deseo y la frustración.

Yo respondía como podía: fotos a media luz, mi torso desnudo, un poco de piel asomando, la silueta de mi erección marcada en el pantalón. No era explícito al inicio, pero bastaba para que él me contestara con mensajes que me hacían sudar incluso en la oficina.

“Cuando te tenga enfrente no pienso dejarte ir hasta escuchar cómo gimes”, escribió una vez. Esa línea me persiguió todo el día, como un eco sucio en mi cabeza, como una promesa que sabía que algún día cumpliría.

Lo más excitante era la tensión del tiempo. Platicamos casi un mes entero sin poder vernos. El trabajo, las agendas, los imprevistos. Todo parecía conspirar para que el encuentro se retrasara. Pero en lugar de apagarnos, la espera solo alimentaba más la hoguera.

Había noches en que me pajeaba con sus fotos, pensando en cómo se sentiría su piel sudada contra la mía, en cómo el rojo de ese arnés se vería sobre mi cuerpo. Él lo sabía, y lo provocaba. Cada mensaje suyo era una invitación a seguir jugando con fuego, hasta que por fin nos decidiéramos a quemarnos juntos.

Capítulo 4. La invitación inesperada 📖✨


Era un martes cualquiera cuando recibí la invitación. Un mensaje en el grupo de lectura que frecuentaba: “Círculo de lectura sexual este viernes. Solo adultos. Plazas limitadas”. La curiosidad me picó de inmediato; la combinación de libros y sexo siempre había sido un detonante para mi imaginación.

Lo pensé un instante, dudando si debía inscribirme. Pero en mi cabeza aparecía él: pelón, musculoso, ese arnés rojo intenso que aún me perseguía en cada pensamiento. Así que le envié mensaje rápido por WhatsApp, medio como broma:

—Oye, ¿te animas a venir al círculo de lectura este viernes?
—¿Círculo de lectura? —me respondió con ese tono de sorpresa que escondía algo más—. Suena… interesante.
—Sí, ya sabes… literatura + un toque caliente.
—Cuenta conmigo 😏

El hecho de que él apareciera dispuesto a entrar en mi mundo secreto me desarmó por completo. Durante los siguientes días, los mensajes se llenaron de anticipación y más fotos insinuantes. Cada texto suyo era un recordatorio de lo que estaba por venir. Ya no solo era la expectativa de verlo en persona, sino de descubrirlo en un contexto donde la excitación no estaba limitada al toque furtivo del Metrobús o a nuestras charlas.

El viernes llegó y con él un nerviosismo que se mezclaba con deseo. Antes de salir, me preparé con cuidado: ropa cómoda pero que dejara espacio a la imaginación. Mi mente se reproducía cada imagen de su cuerpo: el arnés rojo, los músculos tensos, la seguridad con la que caminaba. Y yo quería estar a la altura.

Al llegar, el lugar era más íntimo de lo que imaginé. Un departamento antiguo, luces bajas, sillones dispuestos en círculo, libros apilados en estantes, y velas encendidas que llenaban el aire con un aroma tenue y excitante. Cuando entré, lo vi: él ya estaba allí, sentado, mirándome con esa sonrisa traviesa que había aprendido a reconocer a través de la pantalla.

Un encuentro que debía ser literario estaba a punto de transformarse en algo mucho más físico. La expectativa, el deseo y la tensión acumulada durante semanas alcanzaron su punto máximo. Ese viernes, el círculo de lectura no sería solo un lugar de palabras; sería el escenario de la chispa que ambos estábamos esperando.
 

Capítulo 5. El salón secreto 🕯️📚


Entré al salón y de inmediato sentí que estaba en otro mundo. Las luces eran bajas, cálidas, iluminando apenas los libros apilados y los sillones en círculo. El aroma era una mezcla de papel viejo, cera de vela y un dejo inconfundible de perfume masculino que se pegaba a la piel. Todo estaba preparado para que la imaginación y el deseo se mezclaran sin límites.

Ahí estaba él, mi pelón de arnés rojo, sentado con la espalda recta, mostrando su torso trabajado y el jockstrap que delineaba ese culo que tantas noches había imaginado. Su mirada me encontró antes de que pudiera acercarme. La sonrisa que me lanzó era un arma silenciosa; un recordatorio de todo lo que habíamos construido por mensajes, por fotos y por fantasías compartidas.

El círculo estaba compuesto por otros asistentes, pero todos parecían desdibujarse frente a la intensidad de nuestra complicidad. Cada uno sostenía un libro, pero yo apenas podía concentrarme en las páginas.
Mis ojos se escapaban constantemente hacia él: la curva de su hombro, la tensión de su abdomen, la manera en que sus manos se movían al sujetar el libro. Todo era una invitación muda a romper las barreras de la lectura y entrar en un juego mucho más íntimo.

Cuando llegué, nos saludamos con un abrazo que duró un segundo más de lo necesario. El contacto de su pecho contra el mío me hizo temblar, y cuando nuestros labios se rozaron en un beso breve, sentí cómo la electricidad de semanas de espera recorría mi cuerpo. No era un beso cualquiera: era la promesa de lo que vendría.

El círculo comenzó con lecturas en voz alta, fragmentos cargados de erotismo, y aunque todos participaban, yo solo escuchaba y observaba. Cada palabra parecía resonar en mí de manera distinta cuando él pronunciaba una sílaba, movía un dedo, o simplemente se inclinaba sobre el libro. Los roces eran inevitables: las piernas se tocaban bajo las sillas, las manos se encontraban en la búsqueda de un punto de contacto prohibido.

Ese salón secreto, que al principio parecía solo un espacio de lectura, se convirtió en un escenario de tensión palpable. La anticipación crecía con cada fragmento leído, con cada mirada compartida. Sabía que pronto, muy pronto, la literatura dejaría de ser solo palabras para transformarse en piel, deseo y lujuria compartida.

Capítulo 6. Primer contacto 👅🤝


El ambiente en el salón era denso, cargado de expectativa. Cada palabra leída en voz alta parecía un disparo directo a mis sentidos; cada mirada cruzada con él me hacía desear romper las reglas, dejarme llevar. Ya no bastaba con observar. Necesitaba sentir, tocar, que el calor que había estado cultivando por semanas se hiciera tangible.

Nos sentamos más cerca, casualmente o no, como si el destino nos empujara. Nuestras piernas se rozaron primero de manera sutil, luego con más descaro, cada contacto enviando un escalofrío directo al centro de mi cuerpo. Él respondió a cada roce con la misma intensidad contenida, la misma electricidad que nos había mantenido vivos a través de los mensajes.

—Te estaba esperando —susurró, apenas audible, mientras nuestros hombros se encontraban.

No había necesidad de palabras. Cada gesto decía más que cualquier frase. El toque de sus dedos, la presión de su pierna contra la mía, el roce accidental de nuestras manos sobre el libro compartido… todo estaba diseñado para jugar con la línea entre la discreción y el deseo.

El círculo de lectura continuaba, pero nosotros estábamos en otra dimensión. Observé cómo sus ojos seguían cada movimiento mío, cómo su respiración se aceleraba apenas me acercaba. Un instante bastó para que nuestras manos se encontraran debajo del manto de la mesa, acariciándose sin prisa, probando límites. El calor subió de inmediato.

En un descuido, nuestro abrazo se volvió más largo, nuestros labios se presionaron con urgencia contenida, un beso cargado de semanas de espera, de fantasías compartidas, de fotos calientes y textos prohibidos. Cada contacto era un recordatorio de lo que ambos habíamos anticipado y deseado.

La excitación crecía mientras intentábamos mantener la calma frente al grupo, pero era imposible ignorar la tensión. Cada vez que sus dedos rozaban los míos, cada vez que su torso se pegaba al mío, sentía cómo mi control se deshacía. El cuarto estaba lleno de palabras, pero lo único que realmente importaba era la conversación silenciosa de nuestros cuerpos.

Ese primer contacto no era solo físico; era un aviso, un preludio. La literatura había cumplido su función: encendernos, prepararnos. Ahora, lo que venía sería mucho más intenso, mucho más directo, y la línea entre lectura y acción comenzaba a borrarse.
 

Capítulo 7. El cuarto oscuro 🌒🖤


El pasillo hacia el cuarto oscuro se sintió eterno. Cada paso que daba junto a él era un recordatorio de todo lo que habíamos construido a distancia: fotos calientes, charlas prohibidas, fantasías compartidas. La puerta se cerró tras nosotros y el aire se volvió más denso, cargado de deseo, de promesas no pronunciadas, de electricidad que recorría la piel antes de tocarla siquiera.

Nos colocamos en un rincón, un espacio un poco incómodo, pero la incomodidad desapareció al instante cuando mis ojos se posaron en su arnés rojo, brillante bajo la penumbra, y su jockstrap que delineaba un culo perfecto, invitador. Mi verga estaba a mil, latiendo con urgencia, y no podía esperar para sentir su boca primero. Lo empujé suavemente hacia mí y lo sentí arrodillarse, tomando mi miembro con su lengua con una delicadeza que contrastaba con la intensidad que llevaba dentro. Cada succión me hacía jadear, inclinar la cabeza hacia atrás, aferrarme a sus hombros mientras sentía cómo la excitación me atravesaba.

Mientras él trabajaba mi polla con habilidad, mis manos no podían quedarse quietas. Recorrí su torso, bajando por su abdomen, metiéndome entre sus muslos y acariciando su culo firme. Sus gemidos húmedos y bajos me volvían loco. Cada movimiento suyo me empujaba más cerca del límite, y cada vez que arqueaba la espalda o me empujaba con sus nalgas contra mis manos, sentía que el calor subía a niveles imposibles.

No nos limitábamos a la boca. Lo giré suavemente, apoyándolo contra la pared, y comencé a acariciar su pecho, pellizcando sus pezones, lamiéndolos, sintiendo su piel erizarse bajo mi lengua. Él respondía con suaves gemidos y mordidas juguetonas en mi hombro, haciendo que mi cuerpo entero temblara.
Luego, con delicadeza, lo llevé al suelo, quedando sobre él, sintiendo cómo su culo presionaba mi pelvis mientras mis dedos se adentraban en él, lubricados y cálidos, explorando cada rincón que él ofrecía.

Cada gemido suyo era un aliento de fuego que me empujaba a no detenerme, a seguir jugando con él, a probar cada límite de su placer.

Él me tomaba de los hombros, me guiaba, y de pronto lo sentí moverse sobre mi lengua mientras yo le chupaba, acariciaba y mordisqueaba su piel. La combinación de boca, manos, y nuestro roce constante nos convirtió en un solo cuerpo ardiente. Su respiración entrecortada, mis gemidos y el roce de nuestras caderas eran todo lo que existía en ese cuarto oscuro.

Nos alternábamos: él me chupaba mientras mis dedos lo penetraban, yo lo lamía mientras él exploraba mi culo con su mano, cada movimiento medido pero salvajemente excitante. El tiempo dejó de tener sentido, y lo único que importaba era el calor, el sudor, los gemidos, la presión de nuestros cuerpos contra el otro.

Cuando finalmente nos separamos un momento, jadeando, con el cuerpo brillando de sudor, nos miramos y entendimos que esto no había terminado. Las manos volvieron a encontrarse, las bocas a fusionarse, y la pasión continuó, sin prisa, sin límites, sin miedo. El cuarto oscuro se convirtió en nuestro universo privado: cada roce, cada lengua, cada gemido, nos acercaba a un orgasmo interminable, intenso, como si toda la lujuria acumulada de semanas estallara en un solo instante.
Y aún así, cuando el primero alcanzó su clímax, supimos que el segundo solo era cuestión de tiempo, y que la sesión estaba lejos de terminar.

Después de la larga sesión de boca, caricias y dedos, sentí que era el momento de ir más allá. Me aparté un poco, respirando agitadamente, y saqué un condón. Mis manos temblaban de deseo mientras me lo colocaba, pero él no se movía: su culo, trabajado, firme y perfectamente moldeado, me llamaba, suplicando ser tomado.

Lo palpé con cuidado al principio, disfrutando la textura, la firmeza y la forma que tanto me había excitado desde las fotos. Cada roce hacía que su respiración se acelerara, y sus gemidos suaves me indicaban que estaba listo para más. Sin prisa pero con urgencia, comencé a introducir mi verga en su culo. Su reacción fue inmediata: un gemido fuerte, cargado de placer y sorpresa, que me arrancó un escalofrío de satisfacción.

Empecé a cogerlo con ritmo constante, primero lento, explorando cada reacción, cada estremecimiento, cada arqueo de su espalda. Su jockstrap ya apenas cubría nada, y su arnés rojo destacaba como un símbolo de nuestra pasión desatada. Cada movimiento era un juego de fuerza y deseo: él se empujaba contra mí, me pedía más, más profundo, más fuerte, y yo no podía negarme.

La media hora siguiente fue un desenfreno delicioso. No había espacio para distracciones; solo el sonido de nuestra respiración, nuestros gemidos, el roce de piel contra piel y el calor intenso que nos envolvía.

Cada vez que me pedía verga, respondía con un empuje más profundo, un ritmo más salvaje, sintiendo cómo su placer se mezclaba con el mío en una explosión continua de erotismo.

No importaba el tiempo ni la incomodidad del rincón. La sensación de tenerlo completo, sentir su culo apretándome mientras se dejaba llevar y gemía de placer, era suficiente para que el mundo desapareciera. Era todo lo que habíamos esperado durante semanas: un encuentro salvaje, prolongado, sin límites, donde cada gemido suyo me empujaba a seguir, a dar más y a hacer que ambos nos perdiéramos en el calor del momento.

Capítulo 8. La descarga final 💦🔥


Después de media hora de cogerlo con intensidad, su culo firme y trabajado me había vuelto loco. Cada gemido, cada arqueo, cada pedido de verga me empujaba a seguir sin detenerme. Y finalmente, en medio de la esquina incómoda del cuarto oscuro, él se vino a chorros, gritando de placer en la penumbra, su cuerpo temblando contra el mío. La sensación de tenerlo entregado por completo, con su placer derramándose entre nuestras piernas, fue casi hipnótica.

Yo no me vine todavía. Quería más, quería prolongar ese momento, explorar todo lo que nos quedaba de energía y deseo. Decidimos tomar un breve descanso, salir de esa esquina tan llena de mecos, recogernos y recomponernos. Tiré el condón usado en la basura mientras él respiraba agitadamente a mi lado, su cuerpo aún temblando y deseando más.

Salimos del cuarto oscuro, caminando por el lugar, explorando los rincones y descubriendo que había más que solo literatura y juegos secretos. La adrenalina nos mantenía excitados; cada contacto, cada roce, cada mirada nos recordaba lo intenso que había sido lo que acabábamos de vivir.

Esa tarde se convirtió en un maratón de deseo. Nos cogimos tres, cuatro veces más, alternando posiciones, jugando con la intensidad, descubriendo nuevas formas de hacernos perder la cabeza. Cada vez que me pedía verga, respondía con fuerza y precisión, sintiendo cómo su placer subía, cómo sus gemidos me arrancaban jadeos y sonrisas. Y al final, después de tanto, fue él quien me hizo terminar. La explosión de mi orgasmo fue salvaje, prolongada, llena de satisfacción, con todo el calor acumulado de horas de pasión concentrándose en un solo momento de éxtasis.

Nos quedamos abrazados después, cuerpos pegados, respiraciones entrecortadas, piel brillante de sudor y placer. La ciudad seguía su rutina afuera, pero nosotros estábamos en un universo propio: un rincón donde la lujuria, el deseo y la entrega habían alcanzado su punto máximo.

Ese día no solo fue sexo; fue una experiencia completa de entrega, exploración y placer compartido. Un encuentro que superó cualquier fantasía previa, que nos marcó y dejó claro que lo que habíamos comenzado con miradas y mensajes calientes había explotado en una realidad mucho más intensa de lo que cualquiera de los dos había imaginado.
 

Capítulo 9. Después del incendio 🔥💦


Después de nuestra primera explosión en el cuarto oscuro, salimos del rincón incómodo, respirando agitadamente, piel con piel, con el corazón todavía desbocado. El sudor nos cubría, el aroma de nuestra excitación llenaba el aire, y aunque habíamos descansado unos minutos, la urgencia seguía ahí. Mi verga seguía dura, deseando más, recordándome que lo que habíamos hecho era solo el inicio.

Nos miramos y sonreímos con complicidad, sin necesidad de palabras. Sus ojos brillaban con la misma lujuria que yo sentía. Tomé su culo nuevamente, lo palpé, lo acaricié y sentí cómo se estremecía bajo mis manos. Él me empujó suavemente hacia la pared, apoyándose mientras yo comenzaba a penetrarlo de nuevo, lento al principio, probando su respuesta, escuchando sus gemidos húmedos y bajos que me volvían loco.

Cada empuje lo hacía gemir más fuerte, combinando placer y urgencia. No había prisa, pero el ritmo se volvió intenso, nuestras caderas chocando, cuerpos sudados moviéndose al unísono. Sus manos recorrían mi espalda, mis hombros, presionando, jalando, marcando cada límite y cada punto sensible.

Cada vez que me pedía verga, aceleraba, clavando mis movimientos más profundo, disfrutando de cada reacción, de cada gemido que escapaba de su boca.

No solo fue penetración; jugamos con sus pezones, con su torso, con sus muslos. Alternábamos posiciones: él sobre la cama, yo detrás; yo encima, él arqueándose sobre mí. Cada cambio era un redescubrimiento del cuerpo del otro, un mapa de deseo que explorábamos con hambre y sin pausa.

Cada toque, cada lengua, cada dedo dentro de él intensificaba el calor hasta hacerlo insoportable.

Media hora más pasó en un fuego constante. Nos cogimos al menos tres o cuatro veces, pausando solo para recuperar aire y seguir explorando. Cuando finalmente él me hizo terminar, mi orgasmo fue salvaje, prolongado, sabiendo que todo el deseo acumulado había encontrado su punto máximo. Nos quedamos exhaustos, abrazados, cuerpos pegados, piel resplandeciente de sudor, respirando con dificultad, pero con una sonrisa cómplice que decía: “esto apenas comienza”.

El cuarto oscuro, el rincón incómodo, el arnés rojo, los gemidos y los chorros de placer se habían convertido en nuestra realidad compartida, en un recuerdo ardiente que ninguno de los dos olvidaría. La ciudad seguía afuera, pero para nosotros, solo existía ese calor, esa entrega y esa lujuria que nos unía cada vez más.

Capítulo 10. La noche después del fuego 🍷🔥


Salimos del lugar finalmente, exhaustos pero todavía ardiendo de deseo. La ciudad nos recibió con sus luces, su ruido lejano y el aire fresco que nos ayudó a recomponernos. Caminábamos casi abrazados, roces casuales que nos recordaban lo que acabábamos de vivir. La incomodidad del rincón del cuarto oscuro quedó atrás; ahora era tiempo de algo más relajado, más íntimo, pero igual de excitante.

Decidimos ir a cenar a un lugar tranquilo, donde nadie nos interrumpiera. Elegimos un restaurante pequeño, con mesas separadas, luz tenue y ambiente discreto. Mientras nos acomodábamos, todavía nos mirábamos con esa chispa traviesa en los ojos, manos rozándose debajo de la mesa, dedos que se encontraban discretamente, recordando el calor que todavía sentíamos en cada curva del cuerpo del otro.

—Todavía puedo sentirlo —susurré entre risas y jadeos apenas contenidos.
—Yo también… y estoy deseando repetirlo, pero en un lugar más cómodo —respondió, guiñándome un ojo.

Durante la cena compartimos historias y experiencias con otros, relatos cargados de picardía y lujuria, siempre con la sensación de complicidad que nos unía. Reímos, hablamos de cómo cada encuentro nos había excitado y cómo lo que habíamos vivido esa tarde había sido incomparable. Cada gesto, cada comentario, nos mantenía en ese estado de tensión deliciosa, recordando los chorros de placer, los gemidos y la entrega absoluta.

Al final de la noche, antes de salir, acordamos que esto no era un capítulo aislado. Quedamos en volver a repetirlo, pero esta vez en su casa, un espacio más cómodo, donde podríamos entregarnos sin preocuparse por esquinas incómodas ni miradas ajenas. El pensamiento de lo que vendría nos hizo sonreír, con la certeza de que lo que había comenzado en el rincón oscuro solo era el inicio de muchas horas de placer y descubrimiento juntos.

Caminamos de regreso, cuerpos todavía cálidos, manos entrelazadas, con esa sensación de complicidad y deseo que solo aumenta con cada pensamiento de lo que nos esperaba. La noche había terminado, pero nuestra lujuria estaba lejos de apagarse.
 

Epílogo. La promesa del fuego 🔥👀


Desde aquel primer encuentro en el cuarto oscuro, algo quedó encendido en nosotros, imposible de apagar. La ciudad seguía su rutina afuera, pero entre nosotros se mantenía un fuego que ninguna esquina incómoda podría contener. Cada mirada, cada roce, cada sonrisa cómplice hablaba de deseos que aún no habíamos explorado del todo.

Quedamos en vernos de nuevo. El lugar, el momento, los detalles exactos… eso aún estaba por decidirse.

Lo que sí estaba claro era que algo mucho más intenso nos esperaba. La anticipación se sentía en cada mensaje, en cada pensamiento, en cada recordatorio del calor que compartimos. No había prisa, pero la tensión crecía con cada día que pasaba.

Nada de lo que haríamos sería casual. Cada gesto, cada encuentro, prometía desatar un nivel de placer y entrega que aún no habíamos alcanzado. No era solo sexo: era juego, complicidad, exploración de límites y secretos que solo nosotros sabíamos leer. La adrenalina se mezclaba con el deseo, creando un cóctel imposible de ignorar.

Mientras caminaba de regreso, con la memoria todavía caliente de sus gemidos y su piel contra la mía, una sonrisa traviesa se dibujó en mi rostro. El Manganeso no se conforma con lo evidente; siempre busca más, más intenso, más prohibido. Y esta vez, lo que vendría sería distinto, más audaz, más inesperado… algo que ni siquiera nuestras fantasías habían alcanzado.

El futuro estaba abierto, lleno de promesas y de secretos guardados en la penumbra. Y aunque nada aún se había revelado, ambos sabíamos que esto era solo el inicio. La historia no había terminado: apenas estaba comenzando.